lunes, 5 de noviembre de 2007

El bosque sagrado

Siempre había causado respeto y temor, los hombres sólo se aventuraban en aquel bosque sagrado cuando se hallaban en un estado excepcional. Fue, en consecuencia, un territorio para los santos, para los perseguidos y para los locos, también para los enamorados destinados al silencio. Pero habitualmente permanecía vacío o, por lo menos, oculto para las miradas escrutadoras. Allí habían vivido remotas deidades cuyo nombre ya se había perdido en la tierra. A lo largo de siglos los hombres imaginaron que sucesivos interlocutores divinos poblaban el bosque. Pero no los veían ni oían porque no se atrevían a penetrar en su noche sagrada. Sólo el errante que no tenía nada que perder tenía el privilegio de contemplar la sonrisa imperedecera del dios. (El puente de fuego, p. 54)

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