miércoles, 14 de octubre de 2009

La libélula

Cuando pienso en lo mejor de la infancia recuerdo el leve aleteo de la libélula sobre el charco: el mundo era rojo y brillante como su cuerpo y el futuro olía como la tierra mojada tras las lluvias de septiembre. No sé si entonces comprendía la belleza de aquel rubí detenido en el aire. Pero sentía su poder: mantenía a raya los inviernos.

(El puente de fuego)

miércoles, 9 de septiembre de 2009

El inmóvil

Los esclavos del movimiento no comprenden a este hombre que pasa horas y horas, inmóvil, en el margen de la carretera. Piensan que es perezoso e inútil porque lo consecuente es ir de un lado para otro, como hacen todos. Si se construyó la carretera fue para propiciar los desplazamientos y no, desde luego, la inmovilidad. Ese hombre que se niega a moverse es un intruso que al quebrantar la lógica amenaza con romper el orden de las cosas. Es un parásito, un ser superfluo. Esto bastaría para expulsarlo del margen del camino. Pero lo que más inquieta a los esclavos del movimiento es que este hombre guarde a través de su inmovilidad un secreto que ellos no pueden compartir. Y esa sospecha lo hace definitivamente culpable.


(El puente de fuego)

sábado, 8 de agosto de 2009

El esplendor

Estoy cada vez más convencido de que el conocimiento de lo que somos cada uno de nosotros es algo que se da súbitamente, de golpe, a través de un solo relámpago que de modo inesperado cruza la oscuridad. Algo similar, por tanto, a la iluminación que dicen experimentar los místicos con respecto a lo que es Dios. La diferencia, sin embargo, es que el conocimiento de lo que pueda ser uno es una tarea más difícil y sinuosa que cualquier iluminación divina puesto que nunca estamos preparados para percibir el relámpago y, en consecuencia, olvidamos su esplendor. La mayoría acaba siendo inconsciente de este olvido como si el rayo nunca hubiera existido. Únicamente unos pocos presienten que algo sucedió y quieren aprender a recordar el momento en que la noche de sus vidas se llenó de claridad.

(El cazador de instantes)

martes, 30 de junio de 2009

La travesía del desierto

La travesía del desierto está llena de trampas, de dolorosas imágenes que conducen a los oasis perdidos, de espejismos burlones. Pero estos acompañantes, siendo tenaces, apenas tienen importancia si los comparamos con la abrumadora compañía de las preguntas. Estas son las que provocan la abismal soledad, la sed inagotable que quema la garganta: ¿cuándo empezó realmente la travesía?, ¿por qué?, ¿cuándo acabará, si es que acaba? Las trampas, las imágenes perdidas, los espejismos son accidentes en los márgenes del camino. La auténtica travesía del desierto son las preguntas.

(El cazador de instantes)