viernes, 30 de noviembre de 2007

El Grial

No era fácil encontrar aquel Grial que buscaban los valientes en valles profundos y bosques negros, en castillos encantados construidos sobre el viento, en juegos de muerte infinitamente repetidos. No era fácil porque la copa era de un oro demasiado puro y había contenido una sangre demasiado santa y arrastraba misterios demasiado impenetrables y prometía redenciones demasiado imposibles. Aquel Grial costó tantas cabezas que quedó sumergido en un mar viscoso y rojo como el olvido. Casi nadie va ahora, por tanto, a la búsqueda del grial, y los pocos que parten lo hacen sabiendo que todo era una leyenda. Ni la copa era de oro ni la sangre era santa. Es más: no hubo copa ni sangre. Los pocos que ahora van a la búsqueda del Grial saben perfectamente que nunca existió salvo como una idea nacida del deseo, transmitida por la audacia y esculpida con la imaginación. Por eso están en condiciones de encontrarlo. (El puente de fuego, 20)

lunes, 26 de noviembre de 2007

Refinamiento, Arquitectura

REFINAMIENTO: El peso de la música, la transparecnia de la pintura, la levedad de la arquitectura. (Breviario de la aurora, 103)

ARQUITECTURA: La construcción de la intimidad. (Breviario de la aurora, 14)

lunes, 19 de noviembre de 2007

La interrupción

Amar significa interrumpir momentáneamente la representación: convertir la mise en scène de la vida cotidiana en un mise en abîme.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Mapamundi

Hay otro mapamundi cuyos océanos son los recuerdos, cuyos continentes son los pensamientos depositados en el tiempo, cuyos ríos arrastran las emociones de tantas horas, cuyos polos están llenos de vacío y cuyo ecuador atrapa el infinito. Pero es un mapamundi secreto. Únicamente la esperanza lo despliega ante nuestros ojos. (El puente de fuego, p. 113)

lunes, 5 de noviembre de 2007

El bosque sagrado

Siempre había causado respeto y temor, los hombres sólo se aventuraban en aquel bosque sagrado cuando se hallaban en un estado excepcional. Fue, en consecuencia, un territorio para los santos, para los perseguidos y para los locos, también para los enamorados destinados al silencio. Pero habitualmente permanecía vacío o, por lo menos, oculto para las miradas escrutadoras. Allí habían vivido remotas deidades cuyo nombre ya se había perdido en la tierra. A lo largo de siglos los hombres imaginaron que sucesivos interlocutores divinos poblaban el bosque. Pero no los veían ni oían porque no se atrevían a penetrar en su noche sagrada. Sólo el errante que no tenía nada que perder tenía el privilegio de contemplar la sonrisa imperedecera del dios. (El puente de fuego, p. 54)